Gracias a mi moral estoica y educación espartana, he conseguido mi propósito: acabar con mi pila de lectura, gran mal que aqueja a nuestra comunidad en este siglo. Una de mis últimas lecturas ha sido la deslumbrante "Nacido salvaje" de Fernando de Felipe y Oscar Aibar, del que he encontrado una entrevista en la que entre otras cosas habla de comics, que es de lo que se trata.
¿Cómo te las arreglaste para trabajar en publicaciones tan diferentes como El Víbora y Makoki (máximos exponentes de la “línea chunga”), Cairo (ídem de la “línea clara” española, o “Nuevo Renacimiento”, y rival estético de la anterior) y las diversas revistas de género de Josep Toutain (Tótem, Zona 84, Creepy...)?
Bueno, era guionista. Entonces había pocos guionistas, muy pocos en realidad, a lo mejor porque el trabajo de guionista de cómic es mucho de psiquiatra. Yo creo que a los editores les gustaba mucho lo que hacía porque, por ejemplo, si el dibujante era bueno haciendo edificios, yo le hacía una serie de arquitectura, urbana; si era bueno dibujando coches, pues una serie de carretera americana. Potenciaba mucho al dibujante. Y luego, sobre todo, que tenía una obsesión, una especie de guerra personal contra el “Continuará...”, que se estaba cargando los cómics. Había un exceso de “Continuará...”. Como no había muchos guionistas, los dibujantes comenzaban a escribir en la viñeta uno, acababan en la otra, y no se preocupaban de que el lector tuviera la satisfacción de leer en una revista el principio y el final de una historia. Y entonces lo que yo propuse es hacer series: tú tenías un número de páginas que contaban una historia y luego se podía publicar un libro con un número aproximado de ellas. Eso daba satisfacción al lector y una continuidad a la revista, que el “Continuará...” se estaba cargando. Porque era un rollo muy de pajilleros: te comprabas un cómic y no entendías la historia, tenías que comprarte todo el álbum... Lo que yo buscaba era satisfacción inmediata, o sea, seguir el estilo Warren o Creepy, contar una historia en cada episodio. Y la verdad es que fue una etapa muy bonita: cada mes tenías que hacer una de ciencia-ficción, otra de línea clara moderna para Cairo..., era muy divertido.
Bueno, era guionista. Entonces había pocos guionistas, muy pocos en realidad, a lo mejor porque el trabajo de guionista de cómic es mucho de psiquiatra. Yo creo que a los editores les gustaba mucho lo que hacía porque, por ejemplo, si el dibujante era bueno haciendo edificios, yo le hacía una serie de arquitectura, urbana; si era bueno dibujando coches, pues una serie de carretera americana. Potenciaba mucho al dibujante. Y luego, sobre todo, que tenía una obsesión, una especie de guerra personal contra el “Continuará...”, que se estaba cargando los cómics. Había un exceso de “Continuará...”. Como no había muchos guionistas, los dibujantes comenzaban a escribir en la viñeta uno, acababan en la otra, y no se preocupaban de que el lector tuviera la satisfacción de leer en una revista el principio y el final de una historia. Y entonces lo que yo propuse es hacer series: tú tenías un número de páginas que contaban una historia y luego se podía publicar un libro con un número aproximado de ellas. Eso daba satisfacción al lector y una continuidad a la revista, que el “Continuará...” se estaba cargando. Porque era un rollo muy de pajilleros: te comprabas un cómic y no entendías la historia, tenías que comprarte todo el álbum... Lo que yo buscaba era satisfacción inmediata, o sea, seguir el estilo Warren o Creepy, contar una historia en cada episodio. Y la verdad es que fue una etapa muy bonita: cada mes tenías que hacer una de ciencia-ficción, otra de línea clara moderna para Cairo..., era muy divertido.
¿Podrías hablarnos de Toutain? A pesar de su innegable importancia como dibujante, guionista, editor, agente y divulgador, es un personaje muy polémico y discutido.
Para mí es uno de los tíos más increíbles que he conocido en mi vida. Yo lo adoraba. De hecho, cuando me dijeron que se había muerto, que me enteré un año después, se me cayó el corazón al suelo. Era un loco de película, un tío genial, un romántico de los cómics, muy loco de los cómics, que tenía una manía persecutoria con la televisión. Él decía que la televisión iba a acabar con todo, y realmente así fue. Bueno, os habrán contado mil cosas, yo os voy a contar una muy divertida: yo jamás tuve problemas de cobro con él, pero cuando no cobrabas, o, de pronto, un amigo iba, yo qué sé, al Amazonas de viaje y veía un cómic tuyo y tú ibas a ver a Toutain y le decías: "¿Qué pasa que no me has pagado los royalties?". Entonces él: “¡Que venga el de los royalties!", y le pegaba una charla: “¡Pídele perdón a este pedazo de artista...!”. Luego, me confesó: “Te voy a contar mi secreto: yo siempre contrato vegetarianos. Les puedes decir de todo, y no pagarles, ¡y no pasa nada!”. Él era así, un loco genial, y a mí me cogió mucho cariño de joven y me dio, por ejemplo, el lujo de hacer un Torpedo con Bernet, apócrifo. Me dejaba hacer todas las cosas que yo quería, y yo incluso le recomendaba dibujantes, por ejemplo, Miguel Ángel Martín. Yo era muy fan de Miguel Ángel Martín, pero él no quería publicarlo, porque le parecía una cosa obscena y muy moderna... Pero le insistimos mucho y fue renovando un poco los contenidos. Era un personaje absolutamente de novela, de los que ya no hay; locos de estos en el mundo de la cultura española no quedan. Fue el primero que apostó por mí, cuando yo tenía 17 años. Me acuerdo del primer día de cobro: “Hostias, voy a conocer a los grandes”, porque os confieso que lo del cine era para mí una quimera, una cosa imposible; y, de repente, llego ahí y veo a una serie de tíos en la sala de espera, con carpetas de cuero, la gorra, la pipa... ¡Y eran los malos! Los buenos estaban jugando al dominó con el portero, abajo. Ahí estaban Bernet, todos. “Es tu primera lección”, me dijo luego Toutain, “los buenos nunca se disfrazan de dibujantes de cómics” (risas). A ellos, claro, no les hacía falta. Era una época maravillosa, y, de repente, todo desapareció. Muchas veces me han preguntando cómo fue, pero es que no lo sé; en dos años, revistas que vendían 30.000 ejemplares pasaron a vender 2000, 1000; fue una caída en picado, algo salvaje. Recuerdo un Salón del Cómic, en el que todo el mundo estaba desesperado, preguntándose qué iba a pasar, y llegaron los japoneses y nos hicieron pasar a todos. Entonces yo pasé, porque querían contratarme como guionista, y me dijeron: “Bueno, pues, para empezar, tienes que escribirnos un guión para un dibujante..., bueno, da lo mismo, porque todos dibujan igual (claro, de ese rollo manga...); pero tiene que ser de una chica que va en bragas comandando una nave espacial y cae en un planeta de dinosaurios. 80 páginas”. “Perdone, pero yo soy guionista porque elijo la historia, ¿no?”. “No, no, no. Tú eres guionista porque haces la historia”. Así que nada, hasta luego, nunca me entendí, y casi nadie se entendió con ellos. De hecho, de mi generación el único que sigue trabajando profesionalmente, para Marvel y DC, es Pascual Ferry, que sigue haciendo muchas series, es el único que realmente ha triunfado. Pero los demás... Vi caer a gente con muchísimo talento, mucho más que el que he visto luego en el cine español, pero con diferencia. Gente que acabó viviendo con su madre, gente con un talento gráfico y narrativo que no he visto en ningún otro sitio. Y todo desapareció en dos años.
Para mí es uno de los tíos más increíbles que he conocido en mi vida. Yo lo adoraba. De hecho, cuando me dijeron que se había muerto, que me enteré un año después, se me cayó el corazón al suelo. Era un loco de película, un tío genial, un romántico de los cómics, muy loco de los cómics, que tenía una manía persecutoria con la televisión. Él decía que la televisión iba a acabar con todo, y realmente así fue. Bueno, os habrán contado mil cosas, yo os voy a contar una muy divertida: yo jamás tuve problemas de cobro con él, pero cuando no cobrabas, o, de pronto, un amigo iba, yo qué sé, al Amazonas de viaje y veía un cómic tuyo y tú ibas a ver a Toutain y le decías: "¿Qué pasa que no me has pagado los royalties?". Entonces él: “¡Que venga el de los royalties!", y le pegaba una charla: “¡Pídele perdón a este pedazo de artista...!”. Luego, me confesó: “Te voy a contar mi secreto: yo siempre contrato vegetarianos. Les puedes decir de todo, y no pagarles, ¡y no pasa nada!”. Él era así, un loco genial, y a mí me cogió mucho cariño de joven y me dio, por ejemplo, el lujo de hacer un Torpedo con Bernet, apócrifo. Me dejaba hacer todas las cosas que yo quería, y yo incluso le recomendaba dibujantes, por ejemplo, Miguel Ángel Martín. Yo era muy fan de Miguel Ángel Martín, pero él no quería publicarlo, porque le parecía una cosa obscena y muy moderna... Pero le insistimos mucho y fue renovando un poco los contenidos. Era un personaje absolutamente de novela, de los que ya no hay; locos de estos en el mundo de la cultura española no quedan. Fue el primero que apostó por mí, cuando yo tenía 17 años. Me acuerdo del primer día de cobro: “Hostias, voy a conocer a los grandes”, porque os confieso que lo del cine era para mí una quimera, una cosa imposible; y, de repente, llego ahí y veo a una serie de tíos en la sala de espera, con carpetas de cuero, la gorra, la pipa... ¡Y eran los malos! Los buenos estaban jugando al dominó con el portero, abajo. Ahí estaban Bernet, todos. “Es tu primera lección”, me dijo luego Toutain, “los buenos nunca se disfrazan de dibujantes de cómics” (risas). A ellos, claro, no les hacía falta. Era una época maravillosa, y, de repente, todo desapareció. Muchas veces me han preguntando cómo fue, pero es que no lo sé; en dos años, revistas que vendían 30.000 ejemplares pasaron a vender 2000, 1000; fue una caída en picado, algo salvaje. Recuerdo un Salón del Cómic, en el que todo el mundo estaba desesperado, preguntándose qué iba a pasar, y llegaron los japoneses y nos hicieron pasar a todos. Entonces yo pasé, porque querían contratarme como guionista, y me dijeron: “Bueno, pues, para empezar, tienes que escribirnos un guión para un dibujante..., bueno, da lo mismo, porque todos dibujan igual (claro, de ese rollo manga...); pero tiene que ser de una chica que va en bragas comandando una nave espacial y cae en un planeta de dinosaurios. 80 páginas”. “Perdone, pero yo soy guionista porque elijo la historia, ¿no?”. “No, no, no. Tú eres guionista porque haces la historia”. Así que nada, hasta luego, nunca me entendí, y casi nadie se entendió con ellos. De hecho, de mi generación el único que sigue trabajando profesionalmente, para Marvel y DC, es Pascual Ferry, que sigue haciendo muchas series, es el único que realmente ha triunfado. Pero los demás... Vi caer a gente con muchísimo talento, mucho más que el que he visto luego en el cine español, pero con diferencia. Gente que acabó viviendo con su madre, gente con un talento gráfico y narrativo que no he visto en ningún otro sitio. Y todo desapareció en dos años.
"Nacido salvaje"